Texto escrito por Mónica Lozano para la publicación «Invisible Walls»
Todas esas absurdas líneas que hemos creado en el mapa no existen en la Tierra.
Yuri Gagarin (desde el espacio)
Una frontera es un desacuerdo disfrazado de acuerdo, una duda haciéndose pasar por una certeza, una herida con apariencia de cicatriz… A todos nos duelen las fronteras.
Las hay físicas y políticas, míticas y psíquicas, temporales y eternas. De todas ellas, solo las geográficas parecen seguir defendiendo, con orgullo, su condición de frontera histórica y poderosa: el Cáucaso, el Sáhara, el Himalaya, el Gobi, los Pirineos… A las míticas tampoco les va mal: la de Oriente y Occidente sigue vendiendo, imparable, viajes exóticos. Aunque de las que más se habla es de las políticas, que vienen y van, como las mareas. Fronteras políticas, fronteras polémicas. Consiguen titulares a diario y se hacen películas sobre ellas. Pero esas fronteras, las que dibujan los poderosos, en despachos remotos sobre mapas enormes, son las que definen y contienen las identidades de los pueblos, o al menos lo intentan.
Toda frontera es una definición: aquí somos nosotros, allí los otros; y toda definición implica una frontera, una línea a partir de la cual las cosas se llaman de otra manera. Definir es limitar, intentar encontrar una única respuesta a todas las preguntas, pero definir también consiste en crear, resolver algo dudoso, concluir una obra. Por eso, la creación es, con frecuencia, una cuestión de límites, de cruzar fronteras, de no tener miedo a ir más allá. Una cuestión de plantear nuevas preguntas, de trazar nuevos mapas, de conectar unas ideas con otras. ¿Por qué son tan importantes las fronteras, por qué hablamos tanto de ellas? ¿Por qué tienen tan mala fama? Una frontera solo es algo que está enfrente. Cómo puede una definición tan sencilla crear tanto odio… ¿Una frontera puede servir para algo más que generar dolor? ¿Y si recicláramos las fronteras?…
A mí me gusta pensar en ellas como si fueran membranas, con muchas células dentro. Muros invisibles protegiendo ecosistemas vivos. Pieles delgadas por las que fluyen todo tipo de sustancias. Organismos con necesidades que no pueden satisfacer sin la ayuda del exterior. Miles de intercambios invisibles sucediendo, a la vez, ante nuestros ojos. Membranas cuya capacidad de supervivencia dependerá del uso que se haga de ellas, de cómo se las alimente, de la calidad del oxígeno que las rodee y de la cantidad de células nuevas que generen cada año. Porque una frontera debería ser, esencialmente, un tránsito social entre dos culturas, es decir, una oportunidad de conocer, de aprender de “el otro”, de enriquecernos, de perder el miedo. Una oportunidad de ser más, no menos.
Y eso es lo que yo veo en este libro, lleno de imágenes habitables, donde una nueva mirada sobre las fronteras las convierte en nuevos territorios por los que caminar, donde los tránsitos no son murallas, donde los muros invisibles, esas membranas vivas, se presentan como poderosas líneas en blanco sobre las que definir nuestro propio concepto de frontera.